AL VUELO/ Moda
Por Pegaso
Andaba yo volando allá, por el bulevar Hidalgo, donde los polinegros andan como locos, circulando con la torreta y a toda velocidad, porque en las redes sociales se habían reportado situaciones de riesgo en varios puntos de la Ciudad.
Es curioso pensar que en estos momentos, a más de dos meses de tener al coronavirus hasta en la sopa, las balaceras, topones, ponchallantas, secuestros y masacres ya no nos preocupan tanto. Tampoco la devaluación del peso, el alza en los productos básicos, el pleito entre los herederos de la Cuarta Transtornación y las pejendejadas de ALMO.
El tema del COVID-19 les ha ganado las ocho columnas a los cárteles, a la mañanera del Pejidente y a todos los demás temas que antes nos parecían escandalosos.
Un efecto colateral que el COVID-19 ha traído consigo es la moda de los cubrebocas.
¡Sí! Entre las personas que acostumbran salir a la calle con cubrebocas y guantes, hay de todo, desde simples trapos amarrados con ligas, hasta sofisticados modelos con detalles chic que causan furor.
Hoy vi una damisela no sólo con tapabocas y guantes de látex, ¡sino con una pantalla de acetato que le cubría todo el rostro!
Está bien que hay que protegerse, pero ¿para qué exagerar?
Al rato, si nos lo recomiendan en Twitter o en Facebook, andaremos todos vestidos con overoles hechos con bolsas de plástico para basura, botas de minero, casco de buzo y tanques de oxígeno en la espalda.
Hay de modelos a modelos. En un domicilio de Casabella se anuncian cubrebocas blancos, negros y con personajes.
Entiendo que éstos últimos vienen impresos con figuras de cómics o algunas fotografías de artistas famosos, aunque eso no los provee de una mayor capacidad de detener la transmisión del virus.
Mientras pasa la contingencia, todo se vale.
Lo que yo anticipo, porque el Equipo de Investigaciones Especiales de Pegaso (EIEP) ha hecho un sesudo estudio de prospectiva, es que después que pase la pandemia, solamente por cuestión de moda o de costumbre seguirán usándose los cubrebocas.
Allá por agosto, si se levanta la cuarentena, podríamos ver a las chicas en la playa, con diminuto bikini de florecitas amarillas con vivos azules y un cubrebocas que haga juego.
En las celebraciones patrias, podríamos ataviar a los escuincles con bonitos cubrebocas adornados con un grueso mostacho al estilo de Zapata o una barbita de chivo como Carranza.
En Halloween, ya no serán cool las máscaras de diablo con cuernos retorcidos, ni las molestas caretas de hombre lobo o de momia.
Sobre los cubrebocas que nos sobraron del COVID-19 podemos hacer mil y una impresiones. Tal vez la sonrisa siniestra del Longe Moco o la nariz con verruga de la Bruja Moruja, ¡qué sé yo!
En Navidad, ¿por qué no? agregar una blanca barba de Santa Clós, el gorro y los renos para llevar los regalos de los chamacos.
Creo que aparte de los tapabocas, debemos proseguir con otras salutíferas indicaciones de las autoridades, como la sana distancia (Nota de la Redacción: ¡Ya hay un personaje sobre el tema, se llama Susana Distancia), el no saludar de beso en el cachete o abrazo de oso.
Con esto evitaremos que nos contagien el moquillo y no tendremos que soportar los desagradables olores cuando nos acercamos a alguien a quien le chilla la ardilla. (Nota de la Redacción: Mira quién lo dice).
En fin. No es por exagerar, pero el coronavirus nos ha traído una moda que creo que llegó para quedarse.
Va el refrán estilo Pegaso: “Sobre la usanza, a quien mejor le luce”.(De la moda, al que le acomoda).