AL VUELO/ Domador
Por Pegaso
Esta es una fábula de un país muy, muy lejano y que lleva por nombre “El Tigre y el Domador”.
Érase una vez un tigre que vivía encerrado en una gran jaula de un circo en decadencia.
Majestuoso en sus buenos tiempos, de fuertes garras y rugido poderoso, ahora lucía flaco y esmirriado, con sus hermosas rayas opacas y sus ojos apagados.
Infames parásitos chupaban su sangre y, mientras él languidecía, las garrapatas se hacían más rechonchas y las pulgas brincaban alegremente de un pelo a otro, causándole graves llagas que lo mantenían en un constante suplicio.
Domadores habían pasado por aquel circo, pero ninguno de ellos pudo o quiso hacer nada para eliminar los molestos bichos de su piel.
Pero hubo uno que luchó durante muchos años para ser el domador principal del circo.
Los dueños del espectáculo no querían dejarlo que entrara a la jaula y ser el adiestrador de aquella fiera porque pensaban que representaba un peligro para el circo.
En sus ratos libres, que eran muchos, se acercaba a la jaula donde estaba el felino y lo acariciaba lentamente, colmándolo de halagos y dulces promesas.
“Cuando yo jea tu domador, tu pelo volverá a brillar, tuj fuerjaj retornarán a ti y tu rugido jerá tan majejtuojo como lo fue antej”,-le decía.
Perseveró y perseveró, hasta que no tuvieron más remedio que asignarle aquel trabajo para el cual se preparó durante gran parte de su vida.
El público, ávido de novedades, desdeñaba a los antiguos amaestradores y fue él quien se ofreció para salvar a aquel viejo circo de la bancarrota, ofreciendo un nuevo y llamativo espectáculo.
Durante las primeras funciones todo marchó sobre ruedas. El tigre obedecía ciegamente las órdenes que el nobel domador le daba y éste le correspondía con deliciosos bocados y palabras de aliento. Le prometía librarlo de las molestas garrapatas y voraces pulgas. Pero el tigre veía pasar el tiempo y aún los parásitos seguían atormentándolo.
Pronto, los bocadillos se fueron distanciando, hasta hacerse cada vez más escasos. Sus felinas enfermedades se fueron agravando conforme pasaba el tiempo y en el circo no había dinero para comprar los caros medicamentos.
A pesar de sus esfuerzos, el domador veía languidecer a la fiera día tras día. Al igual que sus antecesores, no quería o no sabía cómo quitarle los malditos parásitos de encima, y éstos cada vez estaban más gordos y se reproducían con mayor velocidad.
Acariciaba una y otra vez su piel, tratando de consolarlo por el agudo dolor, el hambre y las enfermedades que lo atormentaban.
Y aún así, el noble animal lamía la mano del bisoño domador, quien prefería dirigirle dulces palabras que tomar unas pinzas y eliminar de su cuerpo a los chupadores insectos.
Pero no todo es para siempre.
Tal vez fue por el hambre que aguijoneaba sus intestinos, por el delirio que le causaba la fiebre o por las llagas provocadas por las garrapatas, que de pronto despertó el instinto feroz del tigre.
El domador llegó, como todos los días a la jaula. El enorme animal saltó hacia él y se lo comió de un bocado.
Moraleja: Si quieres que el tigre no despierte y te coma, primero quítale todas las garrapatas, aliméntalo bien y mantenlo sano.