Al Vuelo/ Diluvio
Por Pegaso
¡Aijoesú!¡Cuánta agua cayó!
No había yo visto tal cantidad de lluvia desde aquella memorable ocasión en que, siendo Betico alcalde interino se vino una tromba de miedo y el simpático personaje aprovechó para pasear en su acuamoto, ponerse esquíes y hasta esnorquelear, como si anduviese en alguna playa de Cancún, Acapulco o Puerto Vallarta.
Andaba yo volando por los nubosos cielos de Reynosa, ayer noche, pasaditas de las ocho, cuando los negros y densos nubarrones me obligaron a bajar y a refugiarme en mi búnker.
No pasó mucho tiempo antes de que se vinieran los truenos y una lluvia torrencial azotara la Ciudad.
Y como siempre, nuestra buena amiga, la socialité Yenni Gandiaga andaba en su carrito por el bulevard Hidalgo, quedándose varada en medio de un río de agua.
Lo que le pasó a Yenni también lo vivieron decenas de automovilistas, quienes literalmente quedaron con el agua hasta el cuello, y no se diga las familias de colonias bajas, quienes tuvieron que subirse al techo para salvarse de la inundación.
Reynosa-decía por las redes sociales un valedor- no está preparada para tanta agua. Y la verdad es que tiene razón.
Comúnmente, quienes habitamos en esta sufrida y aguantadora ciudad decimos que con una miada nos inundamos, tal vez exagerando un poquitín.
Lo cierto es que no hemos sufrido el impacto directo de un huracán de magnitud 3, 4 o 5, como aquel Behullah del 67, si no, ya nos hubiera cargado el payaso.
Pero anoche parecía el diluvio. Algunas gentes se pusieron a rezar para que pasara pronto la torrencial tormenta, que permaneció durante casi una hora y cuarenta minutos estacionaria.
Me recordó aquella historia que dice así: Había una vez un individuo muy religioso que vivía en su casita de madera, allá, en la populosa colonia Carmen Serdán.
De pronto, se vino un fuerte chubasco que causó graves inundaciones. El sujeto no tuvo más remedio que subirse al tejado, y desde ahí tomó su rezario e hincado de rodillas, rogaba fervorosamente a Dios para que lo salvara de aquel peligro.
El agua seguía subiendo y ya muchas casas estaban totalmente cubiertas; aquel hombre rezaba y rezaba, pidiendo a Dios que lo salvara.
En eso, se presentó un rescatista de Protección Civil y Bomberos, creo que era Federico Pérez y le dijo que se subiera al bote para llevarlo a un sitio seguro.
-¡No!,-contestó el individuo. Dios me va a salvar.
Con el agua hasta el pecho, seguía elevando sus preces al cielo. En eso, pasa un helicóptero por encima de él y le avienta una escalerilla.
-¡Suba!,-le dice el operador.
-¡No! Dios me va a salvar,-responde el atribulado.
Total, el agua lo cubre y se ahoga. Ya en el cielo, San Pedro lo lleva hasta el Creador y éste le dice: Bienvenido, hijo mío.
Todo mohino y empapado, el tipo le contesta: ¿Por qué no me salvaste, Dios? Estuve rezando desde que empezó la tormenta y nunca me hiciste caso.
Le contesta el númen: ¡Pendejo! Primero te mandé una lancha y luego un helicóptero, ¿qué más querías que hiciera?
Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.
Quédense con el refrán estilo Pegaso: «A la deidad elevando preces y con el mallete propinando golpes». (A Dios rogando y con el mazo dando).