AL VUELO/ Pelis
Por Pegaso
Se acabó el chow. La regordeta, prietita y dientona Yalitza Aparicio no se sacó el Óscar, pero Cuarón sí. Hasta tuvo el honor de aparecer como piñata en la piñatería Ramírez, de la calle Aldama, con todo y banderita.
Recostado en mi mullido cumulonimbus repaso los principales hechos relacionados con la nominación a los premios Óscar para la película mexicana Roma y sus protagonistas.
Me da risa cuando el jotito de Daniel Ponzoño dice que critican sólo los fracasados porque envidian el éxito ajeno.
Independientemente de que alguien lo pueda hacer de ese modo, yo, como Pegaso casado con la verdad, tengo que decir la mera neta del planeta. En cierta ocasión le preguntaron a Aristóteles porqué, siendo tan amigo de Platón no compartía sus conceptos filosóficos. El gran Aristóteles contestó: «Soy amigo de Platón, pero soy más amigo de la verdad».
La realidad es que la película no es nada del otro mundo, ni tampoco las actuaciones, ni siquiera las técnicas de fotografía y filmación utilizadas para su realización aportan elementos significativos.
Pero la Academia la nominó para ocho premios y le concedió tres. Todo un hito en la historia cinematográfica nacional.
No hay que perder de vista que los viejones que integran esa asociación son una mafia. Y las mafias no deciden democráticamente, ni con apego a la calidad o a la excelencia, sino por motivos económicos o políticos.
Primero le dieron un lugarcito a los negros. Más adelante, a los gordos. Luego a los feos y ahora, a las etnias.
¿Qué sería de Holliwood y de la industria cinematográfica si sólo hubiera glamour, si solamente se pasearan por la alfombra roja puros viejorrones con rotundas curvas y musculosos galanes?
No. Hay que meterle algo de color. Un poco de picante no hace daño.
Yo soy un férreo crítico de la industria del cine mexicano. No me gusta. La mayoría de las películas son tremendos churros y casi, casi, monotemáticas.
Nada que ver con la etapa del «cine de oro», donde rutilaban en el amplio firmamento nacional figuras como Pedro Infante, Luis Aguilar, María Félix, Joaquín Pardavé, Cantinflas y muchos más.
Luego vinieron las producciones de ficheras, de tahúres y de narcos, hasta llegar a las comedias groseras y fastidiosas de la actualidad.
En ese universo de malas producciones sobresalen tres directores mexicanos: Alfonso Cuarón, Guillermo del Toro y Carlos Iñárritu.
El único mérito que yo les veo es que han logrado penetrar el acartonado y rígido mundo del celuloide holiwoodense. Los tres se llevan ya de pataditas en el trasero con las vacas sagradas del cine gringo, como Martin Scorcese, Quentin Tarantino, George Lucas, Steven Spielberg, Cristopher Nolan y Riddley Scott.
A diferencia del aburrido cine mexicano, el que se produce en los Unaited Estaites es multitemático, tiene un amplio abanico de tópicos que van desde ciencia ficción, documentales, falsos documentales, de vaqueros, de viajes en el tiempo, de ovnis, de zombies, de brujería, de terror, de paradojas, de robots, de monstruos enormes, de superhéroes, de antihéroes y miles de motivos más.
Compañías como Twenty Century Fox, Disney, Universal, Metro-Goldwin Meyer, Columbia, Warner Brother y Tristar compiten por presentar las más vistosas y atractivas megaproducciones. Y ahí está la que quizás sea la principal diferencia entre ambas industrias.
Mientras que en México los cineastas tienen que andar pidiendo coperacha entre los cuates para hacer una cinta chafa, en gringolandia cualquier hijo de vecina puede invertir una millonada para hacer un peliculón con un chorro de efectos especiales y utilizando lo más novedoso en tecnología.
No digo que los Iñárritu, Del Toro y Cuarón no puedan dar un nuevo impulso al cine, pero son sólo unas cuantas golondrinas en el verano.
Mis críticas no tienen el sentido de ofender, sino de reflejar la verdad. Lo que pasa es que en México todo lo vemos con patrioterismo y cualquiera que se atreva a criticar a la indita que fue nominada al Óscar es inmediatamente anatemizado. El peor enemigo de un mexicano es otro mexicano, dicen, en el colmo del simplismo.
Por eso aquí termino mi colaboración con el refrán estilo Pegaso: «Me conciernen una inmaculada y dos adicionadas con cloruro de sodio». (A mí me importan una pura y dos con sal).