AL VUELO/ Coyote
Por Pegaso
Había una vez en una granja/ un ranchero que cuidaba/ de sus gallos y gallinas/de sus vacas y caballos/
Pero resulta que cada noche/un astuto coyote/ se saltaba la cerca/ y se llevaba una o dos gallinas./
El coyote, de vez en cuando/llevaba mazorcas al corral/para que las gallinas se mantuvieran gordas/y poder su carne disfrutar./
«¡No les traigas maiz a mis gallinas/malvado coyote/que mejor harías/en dejar de comértelas!»
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
Ayer, en La Mañanera, el Pejidente pidió a los cárteles de la droga que dejen de llevar despensas a la población y que mejor dejen de lado sus actividades delictivas, que se porten bien y que respeten su vida y la de los demás.
No sé por qué se me hace que ni el coyote le va a hacer caso al granjero ni los malandros al Pejidente.
En el primer caso, el hambre obliga al ladrón cánido a jugarse la vida para obtener el alimento diario que necesita él mismo o sus cachorros.
En el segundo, mientras exista demanda de droga, y mientras continúe la impunidad, los grupos de la delincuencia organizada seguirán haciendo de las suyas.
No es un tema de fácil resolución.
Desde antes que Felipillo Calderón, alias «Tomandante Borolas», les declarara la guerra a los cárteles, ya había muchos episodios sangrientos.
Tras la caida de Escobar, el rey colombiano de la droga, los grupos mexicanos se hicieron del control del trasiego.
Y aunque había fricciones entre unos y otros, siempre podían ponerse de acuerdo con el Gobierno en Turno para delimitar su campo de acción.
Pero llegó el enano pedales y revolvió el hormiguero.
Como resultado de la guerra calderoniana, hoy tenemos no cinco cárteles grandes, sino cientos de células pequeñas que se andan matando unos a otros por el control de espacios reducidos, y así, en ciudades como Reynosa llegan a disputarse hasta una colonia o una calle.
Y los que quedan enmedio del fuego cruzado suelen ser los ciudadanos, a veces con fatales consecuencias.
Es la demanda de drogas lo que provoca que aún estemos inmersos en la violencia.
Del sur al norte, se envían todo tipo de estupefacientes, y del norte al sur, armas de grueso calibre que no tienen ni siquiera los grupos de élite del Ejército, la Marina y la Fuerza Aérea.
Pero si por algún motivo misterioso se llega a reducir la demanda en el país que más drogas consume, Estados Unidos, no me imagino cómo van a reaccionar los millones de adictos.
Ya lo he dicho en esta columna muchas veces: Los gringos se meten droga hasta por las orejas casi desde que dejan el chupón.
Cada familia tiene a su cable guy de confianza, a su repartidor de periódico, a su empleado de correo y a su dealer preferidos.
El dealer es el que les vende la hierba o la coca a la vuelta de la esquina. Y esto no es ficción.
Entonces, cuando el Pejidente les pide a los jefes de los cárteles que dejen de dar despensas a las familias pobres afectadas por el COVID-19, es como el granjero que le suplica al coyote que deje de llevarles mazorcas a sus gallinas.
Al menos las gallinas estarán gorditas y agradecidas con el la hambrienta fiera.
Viene el refrán estilo Pegaso: «Quien con ejemplares de la especie lupus departe, a emitir sonidos guturales asimila». (El que con lobos anda, a aullar se enseña).